Ponce. El que conoce a Angelica Bermúdez, se deja contagiar por su sonrisa y positivismo ante cada reto que encuentra.
Pero no siempre fue así.
Angelica fue obligada a madurar antes de tiempo y a sobrevivir sin lo más preciado: sus padres.
Fue en el baloncesto que encontró un camino hacia el éxito, y hasta una nueva familia que la abrazó como una de las suyas para convertirla en una graduada universitaria y jugadora de la Selección Nacional de Puerto Rico.
baloncesto llegó a su vida a los 12 años, cuando acompañaba a su hermano mayor, Jonathan, a las canchas. Poco a poco, el baloncesto se fue apoderando de ella y, un año después, ya era jugadora en la escuela superior St. Anthony en Nueva Jersey, donde se crió.
Jonathan se había convertido en una figura paternal para Angelica, quien, a sus seis años, vio cómo su padre, Luis Bermúdez, fue encarcelado por diez años por un robo a mano armada.
Pero faltaba más.
“Fue una niñez bien dura. Mi madre era madre única, para mí y mi hermano. En un punto, ella ya no podía cuidarnos”, recordó Angelica, de 23 años, en entrevista con Primera Hora.
La madre de Bermúdez, Sonia Lozano, quedó desempleada y no podía mantener a sus dos hijos.
“Nos dijo que teníamos que ser adoptados o quedarnos con un miembro de la familia. Mi hermano decidió que iba a ir con una de sus tías en Florida. Yo me tenía que ir a vivir con la esposa de mi papá, que en ese momento estaba en la cárcel, o me iba a ir con mi mamá en el refugio”, reveló Angelica.
Los próximos días fueron de puro tormento. A sus 13 años, una edad en la comenzaba a dejar atrás la niñez, iba a la escuela y se sentaba en una esquina a llorar. No creía por lo que estaba pasando y no quería abandonar Nueva Jersey. Pero el baloncesto le tendió la primera mano.
“Una de mis compañeras de equipo me vio llorando en la escuela y me preguntó qué pasaba y le conté. Supongo que esa noche fue a su casa, le dijo a su mamá, y hablaron y decidieron que me iban a ayudar. Fueron a mi escuela, le dijeron a mi mamá que me iban a ayudar hasta que pudiera levantarse”, dijo Angélica.
Familia Allen, un salvavidas
El nombre de esa compañera de equipo era Shanna Allen, quien le contó a sus padres, Andrew y Janet, sobre Angelica. Los Allen decidieron ofrecerle techo a Angelica, con tal de que se pudiera mantener con el equipo de St. Anthony, donde también era, pese a los obstáculos, una excelente estudiante.
La madre de Angelica aceptó, y la baloncelista se convirtió en otra hija más para los Allen. Hasta la misma cantidad de regalos de Navidad recibía. No obstante, todavía sentía la furia de ser separada de su madre, algo que le impedía sincerarse con su nueva familia. Su madre le había dicho que la movida con los Allen era “temporera”, pero el pasar del tiempo le decía lo contrario.
“Mi mamá adoptiva veía cómo siempre yo estaba molesta, así que me dio un diario y me dijo que siempre escribiera cómo me sentía en ese diario. Hasta hoy, todavía tengo un diario y cada vez que atravieso por algo, solo escribo en mi diario y me ayuda a pasar por todo”, contó Angelica, quien también tiene otra terapia.
“También me voy a jugar baloncesto, tiro la bola, voy a driblear, hago algo con el balón. El baloncesto y mi diario son dos cosas que me ayudan a sobrepasar un problema que tenga”.
Universitaria y medallista
El apoyo de la familia Allen, con quien todavía vive cuando no está jugando en Puerto Rico, ayudó a Angelica para conseguir una beca para jugar baloncesto con la Universidad Kean, en División III de NCAA. Allí terminó un bachillerato en Justicia Criminal, la primera de su familia biológica en lograr un grado universitario.
Tras terminar sus años universitarios, fue a un campamento del Baloncesto Superior Nacional femenino (BSNF), torneo en el cual es elegible para jugar como nativa, pues sus dos abuelas nacieron en Puerto Rico.
Angelica abrió muchos ojos. El año pasado, fue seleccionada en el cuarto turno del sorteo de jugadoras de nuevo ingreso por las Atléticas de San Germán y, tras apenas diez partidos de la temporada del BSNF, el técnico nacional Omar González la incluyó en la Selección Nacional femenina.
“Jugar en el Equipo Nacional es algo que no todas las chicas pueden decir que hicieron, así que ha sido una gran experiencia. Siempre estaré agradecida por mi isla, esta es mi isla, de aquí es que vengo”, declaró la jugadora, quien juega centro por sus 6’1’’ de estatura.
Con la Selección, fue parte de histórica escuadra que ganó medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011. Y su buena actuación continúa en el BSNF, donde esta temporada vistió los uniformes de las Atléticas y las Leonas de Ponce con promedios de 12 puntos y 13.7 rebotes por juego, líder de la liga en ese último renglón.
De una niña de 13 años que lloraba todos los días por no saber qué le guardaba el mañana, Angelica Bermúdez no para ahora de sonreír, agradecida de las cartas que le jugó la vida. Hoy día, casi ni escribe en su diario, pues son pocas las frustraciones por ventilar.
“No regresaría para cambiar algo. Todo eso me ayudó a convertirme en la persona que soy hoy día y la jugadora que soy hoy. Tuve que crecer rápido y creo que si no hubiera pasado por todo eso, no estaría aquí hoy día”, concluyó.
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